Son las 06:47 horas de una mañana de esas en las que el silencio de la cocina te regala un concierto a dúo entre la cafetera y tus pensamientos, cuando mi hijo aparece arrastrando las zapatillas. Trae en la mano una carta de Pokémon que, según él, “vale oro” y necesita explicarme por qué. Confieso que mi mente está ocupada repasando la agenda del día, los desajustes que ocasiona el desabastecimiento de un componente importante para las nutriciones parenterales pediátricas y la reunión con Dirección Médica de pocas horas más tarde. Sin embargo, algo en su mirada me recuerda el principio más viejo, y quizá más olvidado, del liderazgo: las personas antes que los procesos, los ojos antes que las hojas de cálculo.
Así que cierro el portátil, aparto el café con leche y me siento a escuchar. No a oír, a escuchar.
Me cuenta la jugada épica, los puntos de vida de la carta, y, de remate, la injusticia cósmica que supone que su mejor amigo tuviera la suerte de sacarla primero. Termina con un “¿Entiendes lo que quiero decir, papá?”. Y claro, lo entiendo: no hablábamos de Pokémon; hablábamos de sentirse visto.
Horas después, en el Servicio de Farmacia, el déjà vu se repite. Alguien me cuenta, casi en susurros, que ha cometido un error, no diré donde. Y aunque el instinto me invita a reaccionar, la escena de la cocina sigue latiendo: antes que corregir a la persona, reconozcamos a la persona. Escucho, pregunto, abrazo la vulnerabilidad que trae a la mesa y convertimos el tropiezo en aprendizaje colectivo. No sale en ningún cuadro de mando, pero ese KPI invisible, la confianza, es el que sostiene el resto.
Una vez leí el concepto de presencia radical, y me encantó. Porque no se trata de regalar tiempo, sino de dar presencia. Un minuto de atención auténtica pesa más que una hora con el piloto automático puesto. Aunque ojo, que también he aprendido que estar, importa, más allá de minutos ejemplares.
Los planes estratégicos caducan, los impactos emocionales permanecen. Las personas recuerdan cómo les hiciste sentir cuando no estaban en su mejor versión.
Un viejo refrán dice que, “Quien siembra escucha, cosecha compromiso”. La autoridad que nace del cargo inspira obediencia; la que nace de la comprensión inspira lealtad. Y la lealtad, al igual que la fe, mueve montañas.
Hay una buena pregunta a contestar cada noche, mantengas o no un diario personal, y es: ¿quién ha sentido hoy, gracias a mí, que importa? Si no sé contestarla, algo he hecho mal.
Porque al final, liderazgo y paternidad comparten la misma ecuación: «Personas > Procesos«. Lo demás, los excel, los indicadores y hasta las cartas legendarias, son solo atrezo.