Estas últimas horas han sido un torbellino de emociones, incertidumbre y aprendizaje que me han llevado a abrazar con más fuerza que nunca la Dicotomía del Control, ese principio estoico del que ya te hablé, y que invita a distinguir lo que depende de uno mismo, de lo que no.
Y, créeme, en medio de esta nueva DANA que azota Valencia y que pone en jaque un evento que empieza hoy y acaba mañana, aplicar esta idea me está aportando una calma interna que hace algún tiempo sería difícil de imaginar.
No voy a mentirte: cuando vi los primeros avisos de alerta por lluvia torrencial y posteriormente la cancelación masiva de actividad escolar, y de toda aquella que implique aglomeración de personas, noté un nudo en el estómago y pensé en todo el tiempo de trabajo, esfuerzo e ilusión volcados en este evento. En mi cabeza, se agolpaban preguntas del tipo “¿y si no llega la gente?”, ¿podrán aterrizar los aviones de los ponentes?, “¿deberíamos suspender el Foro?”. Cada una de ellas era como un dardo que me despojaba de serenidad.
Fue entonces cuando recordé que solo controlo mis acciones y pensamientos, no el clima o las decisiones ajenas. Así que, en lugar de maldecir la lluvia o hundirme en la impotencia, me focalicé en aquello donde sí puedo intervenir. Más o menos ya tengo esbozadas alternativas según transcurran los acontecimientos en las próximas horas. Y sí, habrá Foro, con quien quiera o pueda estar, aunque por la ventana el cielo insista, de nuevo, en hacer temblar a Valencia.
Son las cuatro y diez de la mañana cuando escribo esto, señal de que algo me preocupa y no me deja dormir, pero tampoco podía ser de otra forma, y es que, aunque solo me ocupe de lo que está bajo mi control, de eso sí tengo que ocuparme. Y mañana, más bien hoy, no solo tenemos el Foro, sino también inauguramos el Curso de Trasplante 2025, se ejecutan la mayoría de traslados e incorporaciones derivadas de la OPE, vienen compañeros de otros hospitales a ver el Drugcam, hay actos para prensa, y no sé cuántas cosas más. Un maravilloso y apasionante día en el cuaderno de bitácora de mi querida Enterprise.
Aunque la tormenta truene (poco en este momento, la verdad) sobre la ciudad, siento un remanso de paz al saber que estoy haciendo todo lo que está en mi mano. Y ese, al final, es el regalo oculto de la filosofía estoica: cuando reconoces lo que escapa a tu poder y aceptas con serenidad el resultado, notas cómo renace en ti una fuerza inesperada para sobrellevar la adversidad.
Dicen que, a veces, las tormentas llegan para limpiar el aire y dejarnos ver el cielo azul con más claridad. Quizá esto suceda también con nuestros miedos y preocupaciones. Por si acaso, prefiero quedarme con la confianza de haber hecho todo lo que estaba en mi mano y con la convicción de que, sea como sea, seguiremos adelante. Aquí me tienes, con la ilusión intacta y un corazón estoico que late con fuerza incluso en la lluvia.