Quédate con quien se queda contigo, aun cuando ni siquiera tú estas
Me ha encantado la frase del título cuando la he leído esta tarde en una entrada de Instagram.
En la vida conocemos a muchas personas. Con algunas congeniamos, con otras no. De algunas nos fiamos, de otras no. Algunas nos acaban decepcionando, pero otras no. Con algunas disfrutamos, y de otras huimos. En definitiva, a algunas las queremos en nuestra vida, y a otras no.
Pero hay una categoría especial de personas, la más preciada, conformada por aquellas que se quedan contigo aun cuando ni siquiera tú estás.
Hoy he tenido la suerte inmensa de comer con dos de esas personas. Porque hay seguían, a mi lado, aun cuando sé que no estoy.
Lo curioso de las travesías por el desierto, y de eso empiezo a ser un experto, es que acaba gustándote el desierto. Su tranquilidad, su silencio, su belleza salvaje. Su ausencia de mentira y traición.
Pero existe un problema, y es que me juré hace mucho que, con independencia de las heridas sufridas en el camino, nunca desgastaría mi alma por no darle alas. Y el desierto desgasta el alma.
Y para mí, el alma lo es todo. Sea de una persona, de un proyecto o de una organización, su presencia o ausencia marca las diferencias. Es la amalgama de valores, creencias, sentimientos, esperanzas y pasiones que suponen el combustible de todo. Ni entiendo, ni quiero estar, allá donde no se entienda esto.
Y es que, cuando mi alma se desgasta, dejo de estar.
Pero lo bueno de ser un experto en travesías por el desierto, es que sé cómo salir de él. Sé cómo pulir de nuevo mi alma. Sé cómo volver a estar.
Aunque saber cómo hacerlo, no significa que sea fácil. Se necesita tiempo y catalizadores. Por fortuna, estas personas que están contigo aun cuando tú no estas, son potentes catalizadores.