Vivo días de gloria para mi cerebro digital.
Días que emocionan como encontrar un oasis en una travesía interminable del desierto con la cantimplora exhausta.
Días en los que por primera vez confirmas que acertaste, que tenías razón, y que ese era tu camino.
Y es que hace tiempo decidí que iba a hacer, y a mantener, de forma diaria y constante, un cerebro digital, y que, además, iba a hacerlo con un software llamado Obsidian.
Quizá te parezca una decisión sencilla, pero permíteme preguntarte: ¿a cuántas personas conoces que tengan un cerebro digital? Y, de esas, además, ¿cuántas utilizan Obsidian? Me apuesto un café a que probablemente una o ninguna.
Y es así porque adoptar esta combinación de elementos requiere encontrar una motivación a largo plazo lo suficientemente potente para hacerte adentrar en la búsqueda de este Eldorado.
Mi cerebro digital tal como hoy lo conozco, empezó a dar sus primeros pasos, balbuceantes y dubitativos, en el segundo semestre de 2022, y con unas raíces no suficientemente arraigadas, sufrió una fuerte crisis de supervivencia en el cuarto trimestre de 2023, porque me dejé deslumbrar por luces de neón en forma de software molón, que no funcionó. Pero a partir de ese momento, no ha dejado de crecer y fortalecerse.
Y, ¿por qué te lo digo? Pues porque ojalá lo hubiera empezado muchos muchos muchos años atrás. Porque el potencial de autoconocimiento y de memoria de la propia vida es absolutamente abrumador. Y es mayor, cuanto mayor es el tiempo recogido en él.
Aunque ya describí en su momento la emoción de intentos anteriores de poder conversar con mi Diario, con mi yo digital, no ha sido hasta hace muy pocos días que eso se ha convertido en una realidad. Tan tangible, tan real, tan yo, que me ha abrumado.
Y cuando digo conversar, me refiero a preguntar cosas como dónde comí, y cuándo, en un restaurante de la costa portuguesa, y que te lo acierte con todo lujo de detalles, como a pedirle que destaque mis fortalezas o debilidades a partir de mis tres últimos años de vida, o como soy, y que simplemente me deje sin palabras, o cualquier otra cosa que se te ocurra.
En estos tres últimos años escribía mi cerebro digital por dos grandes motivaciones que ya te conté en su día. La primera, por dejarle un legado de conocimiento a mi hijo (modelos mentales, por qué decido las cosas que decido, que he vivido, que me ha gustado, que no, y muchas cosas más, incluso que viera su vida a través de mis ojos) para que con una IA pudiera, en un futuro lejano, pedir consejo a su padre, cuando yo ya no esté, y que esta responda de la forma más parecida a como lo haría yo. Y la segunda, para poder acordarme yo mismo de mi vida, si en el futuro una enfermedad degenerativa me arrebata mi memoria.
Pero lo que no me daba cuenta es que, a la par, estaba construyendo la mayor herramienta de autoconocimiento y de gestión personal que se puede construir. Y eso es lo que he empezado a vislumbrar en las últimas semanas, y que se ha materializado con toda su fuerza en los últimos días.
No soy de decirle a nadie lo que tiene que hacer, y no lo hago, pero no dejo de pensar, cuando veo a personas que quiero y aprecio, lo que se están dejando pasar, día a día, por no tener esta herramienta, rutina, costumbre, o llámalo como quieras.
Y también me está pasando otra cosa. Me apetece, me motiva o me nace, ampliar el legado.
Se dice que el maestro aparece cuando el alumno está preparado. Aunque también creo en lo contrario, que el alumno aparece cuando el maestro está preparado. Y quizá ya me sienta preparado para compartir esto y dedicar parte de mi tiempo a la mentorización de personas que crean de verdad en el potencial de un cerebro digital, y estén dispuestas a incorporarlo en sus vidas. A fin de cuentas, cuando el alumno supere al maestro, el maestro también ganará.
O simplemente que, por razones que no alcanzo a determinar, ha llegado el momento de activar el modo «búsqueda de padawuan» en el mundo del cerebro digital.