… pero Javier, eso afecta a tu «gravitas»…
Hay palabras que se clavan en el fondo de la mente, aun sin darnos cuenta, y que permanecen murmurando bajito, dejando huella.
No tenía mi mejor día, la verdad. Necesitaba desahogarme, y ese día tuvo que aguantarme un buen amigo. Y como si de un barrido mental se tratara, no dejaba de verbalizar, o más bien liberar, pensamientos no muy positivos, sentimientos contradictorios y frustración, mucha frustración.
En un momento determinado, quien estoicamente aguantaba el desfase verbal, me dijo la frase del «gravitas».
Recuerdo que en un primer momento pensé, «¿pero de qué está hablando?». Sin embargo, en vez de preguntar, y dado que lo único que me nacía en ese momento era seguir liberando presión sin compasión, no le hice mayor caso y continué con mi matraca auto compasiva.
Pero se me grabó la palabra. Quizá porque suena a algo serio, del estilo de un vino añejo, una toga bien planchada, o una mirada que impone. Y tras varios susurros a lo largo de varias semanas, acabé buscando su significado, y me encantó.
Gravitas viene del latín y significa literalmente “peso” o “seriedad”. En la antigua Roma, era una de las virtudes cardinales del ideal ciudadano. Si eras un «homo gravis», eras alguien digno de respeto: firme, sobrio, responsable.
Me hizo mucha gracia que, en aquellos tiempos, no era un término reservado a los filósofos ni a los senadores —aunque ellos se lo repartían como si fuera aceite de oliva virgen extra—. Pocas cosas han cambiado 2.000 años después, parece.
Era una cualidad aspiracional, casi moral. Tenía que ver con comportarse con dignidad, tomar decisiones con madurez, y proyectar autoridad sin caer en la prepotencia.
Si tan solo nos preocupáramos un poco de cuidar nuestro gravitas, con coherencia y consistencia, y no dilapidarlo a manos abiertas, cuan diferente sería todo.
Marco Aurelio, escribió: “La dignidad se mantiene en los actos pequeños”, y eso, es puro gravitas en acción.
Imagino que me encantó el concepto por lo mucho que me resuena y vibra de forma armónica con mi forma de entender el mundo, aunque sea en un mundo que cada día se empeña más en hacer exactamente lo contrario.
O quizá, simplemente me gustó que mi sparring emocional de aquel día me relacionara con él. Gracias, «guapo».