Ayer fallecí

Javier Garcia Pellicer
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Ayer fallecí

Mi mujer lloraba a pesar de su fortaleza. El padre de su hijo, su pareja, su amor, se había ido. Y aunque aún estaba, ya no estaba. Y aunque aún me sentía, ya no me sentía.

Me reconfortó ver todo el amor que me tenía, y cómo admiraba mi inteligencia, aunque siempre pensé que me sobreestimaba en ese sentido. Cómo apreciaba mi claridad mental para discernir entre lo que era importante y lo que no, y mi convencimiento para actuar en consecuencia. Y aunque siempre bromeaba al respecto, le encantaba mi capacidad de autoconocimiento y autocrítica para mejorar, para adaptarme, para ser mejor. Como, a pesar de mi naturaleza reactiva, había hecho de la paciencia, del enfoque en lo que podía controlar y del convencimiento en que lo importante son las personas, los tres ejes sobre los que pivotaba mi comportamiento.

Mi hijo también lloraba desconsolado frente al ataúd, abrazado a mi mujer, sintiendo la pérdida de uno de sus baluartes. De alguien a quien podía recurrir y de quien se fiaba. Aquel que le había enseñado, con cariño y paciencia, lo que era importante y lo que no. Lo que era el bien común, y cómo se diferenciaba, aunque fueran de la mano, del bien propio. Lo que era el liderazgo del bueno. El basado en hechos y valores integrados. Si tan solo consiguiera parecerme a él, acertaba a decir. Casi lloré aún más al ver esto, porque él es mucho mejor que yo. Pero, él estaba convencido de que quería ser como yo en muchas cosas. Y eso es algo que me llenaba de orgullo.

Mis padres lloraban mi pérdida, vencidos por una vida que no entendían. Ningún padre debería ver faltar a un hijo, va contra natura. No obstante, notaba cómo cierta tranquilidad oculta se adueñaba de ellos, sabedores de que nos reencontraríamos pronto.

Mis hermanas, cuñados y sobrinas también lloraban. Familia es familia. Quizá no siempre presente, pero sí siempre dispuesto. Sin mucho ruido, intenté ser guía y refugio, calma y fuerza. Ellos saben que me gustó ir siempre el primero.

Mis amigos, esos escasos tesoros que disfruté en vida, rememoraban nuestras andanzas, aventuras, sueños, victorias y derrotas. Se mezclaban a partes iguales la desolación de la pérdida con la alegría de habernos conocido y querido.

Mis compañeros y conocidos del trabajo y de la profesión reaccionaron de forma desigual, aunque en general, la tristeza invadía, en mayor o menor medida, sus corazones. Quienes más me conocieron y más sintieron mi apoyo y cariño, eran los más afectados. Otros, los menos, tan solo se afectaron ligeramente, pero a pesar de todo, lo sintieron, porque en el fondo, les caía bien. Nunca pudieron rebatir, e incluso llegaron a admirar, esa consistencia mantenida a pesar de las adversidades.

……

Imagino que te habrás dado cuento de que, en realidad, ayer no fallecí, a pesar de que sí esté un día más cerca de que ocurra.

Lo que sí ha pasado hoy es que he empezado un camino que me ilusiona mucho, el Reto Estoico 126. Un conjunto de 126 retos diarios, donde el primero de ellos pasaba por definir mi ideal de mí mismo, el lugar donde recurrir en cualquier momento, sobre todo en los de tormenta. Y para ello, Agus, nos recomendaba hacer la analogía del funeral. Y cuando he empezado a escribir, me he dicho a mí mismo, escríbela para el Diario, porque te esforzarás más y, además, podrá servir de ayuda o guía a otras personas, además de a mí mismo.

Te aseguro que es un ejercicio que, si lo haces de corazón y con convicción, y por tanto lo sientes de forma consciente, es muy especial y emotivo.

Sé feliz.